Fugit irreparabile tempus. Lo dijo Virgilio en sus Geórgicas y lo sabe todo aquel que
alguna vez, tras reparar en una fecha u ocasión significativa, haya mirado
atrás y pensado para sí en un arranque nostálgico: “¡cinco... diez... quince
años ya!” Catorce, ahí es nada, han pasado desde que quien esto les escribe se
presentara al Certamen Ciceronianum
Arpinas, animada por su profesor de latín, hace tiempo jubilado ya. Catorce
años, desde que aquel viernes 13 de febrero de 1998 saliera un par de horas
antes del instituto para comer algo rápido, recoger su diccionario de latín y
partir rumbo a Oviedo para pasarse la tarde traduciendo un fragmento de las Paradojas de los Estoicos. Catorce años,
desde que pocos días después, el mismo profesor de latín me llamara a casa para
decirme que había ganado el primer premio de la Delegación de Asturias y
Cantabria y que, en consecuencia... ¡me iba a Arpino!
Allí
me fui tres meses después, acompañada no por él -tenía miedo a volar, creo-
sino por la que había sido mi profesora en 2º y 3º de BUP. Pasamos la primera tarde y noche en Roma y al
día siguiente, el 7 de mayo, primer día oficial del Certamen ¡y también el de mi 18 cumpleaños!, tomamos un tren a
Frosinone. Llegamos las primeras, o casi, y aún arrastrábamos nuestras maletas
por el andén, cuando una señora nos gritó con voz alegre y con acento
italiano... ¿Ciceronianum? Los
autobuses nos esperaban a la salida de la estación y nos fueron llevando a
nuestros respectivos alojamientos, según nacionalidades. Conocí en el autobús a
un profesor napolitano, de una escuela militar, que repetía insistentemente un
peculiar dicho en castellano que jamás había oído, y nunca volví a oír, sobre
la felicidad, los amigos, el vino, y no sé cuántas pesetas. Los españoles nos
alojábamos en Alatri, en un albergue al que poco a poco fueron llegando los que
iban a ser mis compañeros de aventura: Patricia y Gema, Eva, Álvaro y Almudena,
Carlos, María, Igor...
Al
día siguiente, nos tocó madrugar, pues teníamos que desplazarnos hasta Arpino
y, cuando llegamos allí, me llamó la atención no sólo el increíble número de
participantes (cientos y cientos) de Italia, Alemania, Francia, Bélgica,
Bulgaria, Rumanía, Portugal... sino también que el pueblo se había echado a la
calle. ¡Y era tempranísimo! Nos aplaudían y animaban al bajar de los autobuses,
de camino al Liceo Tullianum, cuyas
paredes estaban adornadas con banderines con lemas ciceronianos. Una vez allí,
comenzó el examen, un pasaje del Pro
Balbo que se me atragantó casi desde el principio. Pero la prueba era lo de
menos. Lo de más era el ambiente de fiesta y alegría, simplemente por estar
allí. Y el allí fueron el pueblo de Arpino y su acrópolis y la abadía de
Montecasino, donde el abad nos recibió en latín y se nos obsequió con un
concierto de cámara; y, sobre todo, fue la compañía de unos y otros, de todos
los que nos reunimos el último día en la plaza del pueblo, presidida por la
estatua del orador epónimo del certamen, para aplaudir, como merecían, a los
vencedores. Mi horaciano amigo, el del vino y la amistad, resultó ser,
casualidad de casualidades, profesor del ganador, sufrido portador de un rígido
uniforme, nada apropiado para el calor.
Y
tras la despedida, volvimos a casa. La Selectividad llegó y pasó en un suspiro,
me licencié y doctoré en Filología Clásica y, al cabo de un par de años, me
convertí yo también en profesora de latín de Secundaria. Quiso la Fortuna que
viniera a parar en mi primer y segundo año a un pequeño pueblo del Norte de
Burgos, casi en la frontera con Vizcaya, uno de cuyos múltiples tesoros es un
adolescente singular, brillante y trabajador como pocos, amable y bonachón, que
asume con valentía los fregados en los que lo lío de forma periódica y es un as
en esto del latín. ¿Por qué, pues, no probar suerte de nuevo en el certamen de
Cicerón catorce años más tarde?
Así
lo hicimos el pasado jueves 23 de febrero y, aunque en el momento de escribir
estas líneas no conocemos aún el resultado ni el nombre del vencedor, nosotros
estamos ya servidos y encantados con la experiencia, el trabajo realizado y los
kilómetros recorridos -stricto latoque
sensu-. Ahora sólo nos queda esperar. Suerte y justicia para todos y para
el ganador, quienquiera que resulte ser... ¡que lo disfrute!
Cecilia Blanco Pascual
IES Dr. Sancho de
Matienzo
(Villasana de
Mena, Burgos)
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